Escuela N° 89
CARTILLA DE ACTIVIDADES
Materia: Lengua y Literatura
Profesor: Saquilan, Omar Maximiliano
Curso: 1° año "I" división
Año 2020
Acentuación de las palabras
01- Separe en sílabas las siguientes palabras, teniendo en cuenta los hiatos y diptongos.
-Electricista –Aeropuerto – Ciudad- Silla – Mantel- Heladera – Ventilador
–Montañas – Familia – Cuaderno – Computadora –Tiembla – Aceite –
Baile – Autopista – Cuento – Fuego – Peinado – Ruidoso – Laurel.
02- A partir del siguiente texto, extraiga diez palabras agudas, diez graves y diez esdrújulas.
El sábado en la recepción mi padre comió queso y pan, bebió café y tomó
tarta de chocolate. El lugar era hermoso, cálido, en partes tenía césped,
pequeños árboles, paredes de mármol con imágenes, cerámicas en las
esquinas, fácil de enamorar. Quizás yo también podía haber ido, sin
embargo, preferí quedarme a jugar con mis amigos, a comer algodón de
azúcar en el parque y a ver un espectáculo de payasos que agasajaban al
público.
Para cuando regresé junto a mi padre, la fiesta de recepción ya había
terminado, sólo quedaba César, el señor encargado de cerrar el lugar. Con
papá subimos al automóvil, prendimos la música y no tuvo mejor idea que
pasear. A pesar que había mucho tránsito, pasamos por el túnel más grande
de la ciudad, por una cerrajería que atiende las 24hs y vimos cómo una grúa
se llevaba un camión.
Llegamos a casa y mi madre salió rápido a recibirnos, tenía paraguas y
una frazada, ya que se había largado una tormenta eléctrica y a mí los
relámpagos me dan mucho miedo…
03- Realice una producción de al menos quince renglones. Deberá incluir cinco palabras agudas, cinco graves, cinco esdrújulas extraídas del texto e incluya al menos dos sobreesdrújulas.
Variedades Lingüísticas
Las variedades lingüísticas son distintas formas que adquiere una misma
lengua de acuerdo a distintas características que poseen los hablantes
(según variables como el tiempo, la educación, el lugar de procedencia, por
ejemplo). Cuando el uso de una variedad determinada del español depende
de algunas características del emisor, se habla de lectos.
* Dialecto: Según el área geográfica del hablante.
-Región rural: Se emplean expresiones típicas del campo
-Región urbana: Expresiones de la ciudad.
* Sociolecto: Según el nivel social del hablante.
-Escolarizado: Tiene un adecuado manejo de la lengua.
-No escolarizado: El hablante no tiene un manejo cuidado de la
lengua
-Profesional: Maneja términos selectivos de una profesión.
* Cronolecto: Según la edad del hablante.
-Infantil
-Adolescente
-Adulto
Actividad
1) Identifique el lecto utilizado en los siguientes enunciados.
- ¿Qué onda brother? ¿Hay asado en lo de Juan?
- ¿Va pal’ campo Don Vitor mañana?
- Las consecuencias del corticoide en el cuerpo de los humanos
serán debatidas en el próximo encuentro de infecciones
pulmonares.
- ¡Má! Teno frío. Tapame y poneme dibus.
- ¡Mi Dio, ajuera si questa caliente. Pa colmo no hay lus.
- Querido José: Acá tenemos un día muy frío. Estoy planificando
una fogata en el salón de arte. Te espero.
2) Exponga las variedades (dialectos) de las siguientes palabras. Ejemplo: *Autobús: Colectivo, bondi, micro.
- Automóvil
- Celular
- Ananá
- Policía
- Fiesta
- Banana
- Torta
Comprensión Lectora
Cuento: El corazón delator
Autor: Edgar Allan Poe
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso.
¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había
agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era
el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo.
Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces?
Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les
cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera
vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún
propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me
había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me
parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre…
Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me
helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo
a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no
saben nada. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido
ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con
qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la
semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el
picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando
la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una
linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera
ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al
ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy
lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora
entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta,
hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan
prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente
dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan
cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían
las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz
cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches…
cada noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso
me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba,
sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo
en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con
voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes
que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas
las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al
abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que
se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance
de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión
de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él
ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí
entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse
repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que
me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya
que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones;
yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí
empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi
pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho,
gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un
solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la
cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras
noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la
muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror.
No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del
fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido.
Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía,
surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me
enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo
el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón.
Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando
se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada,
pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la chimenea… o
un grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo con esas
suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte
se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la
fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a
sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza
dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que
volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en
la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué
inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la
araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras
lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible
tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o
del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el
haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una
excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un
resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto
en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón
del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor
estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba.
Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con
toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir
del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más
fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible.
¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he
dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible
silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me
llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos
minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte,
más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva
ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido!
¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la
linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez… nada más
que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima
el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado
todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido
ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a
través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté
el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente
muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No
se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a
molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les
describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La
noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en
silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y
piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en
el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo
humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia.
No había nada que lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo
era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero
seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las
campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con
toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales
de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo
cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe
en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que
registraran el lugar.
Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les
expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice
saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a
recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien.
Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré
sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el
entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres
caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la
audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el
cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por
mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de
cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de
un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan.
Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías
continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía
resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme
de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más
clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía
dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente
soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y que
podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el
que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de
recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé
con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente.
Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con
violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no
se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las
observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía
continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de
rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado,
raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros
y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto los hombres
seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran?
¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se
estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero
cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más
tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas
hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez…
escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten
esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
Fin.
* Lea y responda
1) ¿Por qué el asesino siente tanto odio hacia su víctima?
2) ¿Cómo planea el asesinato?
3) ¿Cómo hace el asesino para deshacerse del cuerpo? ¿Cómo lo oculta?
4) ¿Por qué la policía llega hasta la casa?
5) ¿Qué actitud asume cuando llega la policía? ¿Cómo los atiende?
6) ¿Con qué comparaba el asesino el latir del corazón del viejo?
7) ¿Por qué la policía descubre el macabro crimen?
8) ¿Qué sentimiento asaltó al asesino y lo obligó a confesar los hechos?
9) Elabore una entrevista de cinco preguntas, suponiendo que usted es
un periodista y entrevistará al asesino que se encuentra en la cárcel.
10) Modifique el final del cuento.
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